Imagen cortesía de: @si_soy_helen en Twitter1
El año nuevo me genera sentimientos encontrados. Quisiera verlo como una hoja en blanco, un comienzo desde cero.
Pero ¿quién empieza desde cero? El corazón es un lienzo y va acumulando distintos trazos. Entre ellos, los espacios. Y en conjunto, lo que somos.
Somos el paso por las calles de la vida, la entrada, la salida, el laberinto. Somos distintos a quienes fuimos ayer, cambiamos de piel como las serpientes, somos esos que muestran los dientes y a veces bajan los brazos; el abrazo que buscamos y el que ofrecemos al viento. No somos mitades pero nos da sed. Somos la primera vez y la siguiente, cobardes y valientes, los que no miden el tiempo con el reloj. Todo tiene una razón y nadie explica; hay que leer los mensajes sin tinta, el silencio, el abismo y el vuelo. Somos cielo e infierno a la vez.
Entonces, no se empieza desde cero. El corazón se va coloreando, se mancha y se modifica, se extiende y le crecen flores.
Antes de otro año, este debe terminar. Debería hacer un balance, pero no es justo hacer contabilidad en el corazón. No recuerdo mis viejos deseos.
A estas alturas es una osadía una lista de caprichos, quiero cosas que no son cosas: salud y calma, dos tesoros de la vida adulta. Quiero respuestas y nuevas preguntas, lunas que me hagan ilusionarme, instantes por los que valga la pena la vida, aprendizaje y viajes a mi interior; quiero dormir, soñar y acordarme de un sueño bonito, latir contigo y medir el tiempo en atardeceres. Lo demás es prescindible o vano. Quiero unas manos que me cuenten el amor; porque el amor no se hace, fluye como el río. Quiero un motivo cada mañana, una noche de mil horas, una boca que me diga sin decir.
Una chispa de fantasía. Una hoja blanca para escribir poemas, razones o cartas; para doblarla y hacerte una flor de origami.
Una aprendiz de artista que utiliza fotografía, lienzo y letras para arrancar lo que lleva dentro.