Nadie espera con inocencia algunas líneas, nadie elige con pinzas las palabras bellas ni se esfuerzan en el trazo. No preguntan a la luna qué pensó él o ella al leer. Qué siente el papel cuando es surcado por un instrumento.
No tengo duda, hay sentimientos que han quedado en el aire. Y con ellos, algo de nosotros. Ya no somos los de ayer.
Pocos quieren sumergirse, respirar bajo el agua y buscar tesoros de algún naufragio. Y yo que amo las monedas de otros siglos, las ánforas rotas y el silencio de los barcos.
Todos van a gran velocidad, corren, vuelan, se encuentran a un clic de distancia.
La hoja blanca moriría de ausencia si no fuera por los poetas, algunos locos y esos pocos que practican origami.
Una carta es un trozo de alma, una apuesta, una propuesta, un latido. Una carta es un monólogo compartido, conversas contigo y a la vez con alguien más. Una carta se escribe con calma: te hundes en el sofá vistiendo pijama, no miras la hora, tomas café. Nadie observa que estás escribiendo, nadie espera vorazmente al otro lado, no hay reacciones inmediatas, no hay emojis. Solo dos que se acompañan a lo lejos.
Por suerte o por deseo escribo cartas, y pocas cosas me llenan más que vaciarme en la pantalla. Perdón, no escribo en el papel. Tengo algunos ojos que me leen con atención, y esa es una forma de amor.
Escribo párrafos larguísimos donde pregunto, me contesto y al mismo tiempo espero respuesta. Reflexiono, pienso maneras de salvar al otro, al mundo, a mí; escribo mis certezas, las dudas que me atormentan, la luna que tiembla frente a mi ventana, la palabra que me rompe, las razones que me hacen sonreír. Escribo la rutina y la sorpresa, que el mundo me pesa y (algunas veces) no puedo más.
Lanzo mi botella al mar con mensaje adentro. No hay prisa, que llegue cuando tenga que llegar, que la corriente la acerque a tu orilla; no hay prisa, te digo siempre. Pero lee hasta el final, lee entre líneas, la pausa y la posdata. Lee por dentro, el orificio y el resquicio, el pasillo y el recodo, la costura inacabada, lee todo.
Me alegra no saber la fecha de respuesta, que tu carta me sorprenda haciendo no sé qué, que hayas escrito cuando yo dormía, que yo te escriba mientras tus ojos son pájaros calmos en la negra noche.
Escríbeme, di tu pena, por qué lloras, qué te inquieta, a qué hora te asomas a ver el mar. Escríbeme, di si tiemblas, qué te mata de belleza, qué alimenta tu ilusión.
Si la gente supiera que dos que se escriben tienen lazos invisibles, almas afines, brazos muy largos con los que se alcanzan.
Escríbeme; tienes mis ojos que son felices por tu alegría, tienes mi hombro por si una noche quieres llorar. Escríbeme si el mar no entiende tu secreto, si llueves por dentro, si has olvidado el nombre de las flores.
Escribe sin permiso y sin razón.
Mi buzón estará abierto para ti.
Bello texto, y completamente cierto.
No tengo palabras para tan bellas palabras que nos regala, emociona y enamora. Quizás carta no le escribo, pero esto que le comento es con toda mi admiración y cariño. Felicidades por tan bello don bien empleado, amiga mía.