Hay días que siempre quedarán en la memoria, por brillantes, por gloriosos, porque en ellos ha ocurrido algo y nos cambió la vida. Son días indelebles.
Mi primero de ellos fue en 1986. Soy la hija menor y también fui la estudiante más pequeña del salón. Se suponía que el primer grado se cursaba con siete, pero a los seis leía divinamente y resulté admitida. Mi colegio era de niñas, sin embargo, para mí eran mujeres de cuerpos diminutos, conocían un mundo enorme, insospechado para mí; a los seis años entendí que pocos meses son un universo, una zanja que nos separa.
Mi primera prueba de fuego fue llevar un libro a otro salón, parecía sencillo: abrir la puerta y ponerlo en manos de la maestra; así lo hice, porque un niño no tiene dobleces. Sin embargo, para ella había una falta manifiesta en mi actitud, y con el tono firme y los ojos de acero me dijo algo que no olvidaré: sal del salón, ven otra vez, toca la puerta, pide disculpas; di buenos días, con permiso y espera mi autorización. Mi mente se nubló. No sé cómo mi cuerpo pequeño pudo acatar semejante lista, sólo sabía que era una niña, que el mundo era rudo, que la gente era difícil y que nunca le enseñaría nada, a nadie, de esa manera.
Ese día lo supe: yo sería, por siempre, fan de la ternura. No podía definirla, pero qué más da, no todo se puede explicar. Me bastó sentir que había una forma bonita de ser, y que no se parecía a la de esa maestra. Después de eso y a lo largo del tiempo fui teniendo muchos maestros, quizá ellos no saben que lo fueron, maestros de la vida y de las letras, de la ausencia y del amor, de cómo ser o no ser. Esas mujeres de cuerpos diminutos me enseñaron tanto que aún las recuerdo, recuerdo a profesores de la universidad, a amigos y amores, a la gente que me lee, a mis seres ausentes y a los más cercanos. Todos me han ido tallando, de todos aprendo, incluso de quien me rompe.
Pero destaco: yo elijo qué voy a aprender, porque cualquiera no sabe enseñar. Se puede enseñar sin romper, reprender sin gritar, discrepar sin alejarse. Yo escucho a todo el que me hable con respeto.
En honor a ellos escribí “Maestro”, que resultó elegido entre los diez mejores poemas en el concurso #versosenInstagram organizado por Zenda en noviembre de 2024:
De ti sólo quiero la verdad,
lo puro, lo justo, lo cierto.
Señala mi falta,
hazme ver
—con dulzura—
el error.
Para el resto
está el universo.
Por esas cosas de la vida, y sin haberlo planificado, el poema está contituido por veintisiete palabras, distribuidas en ocho versos. Yo nací un día veintisiete del mes ocho, agosto.
A todos, gracias por enseñarme.
Nice
Eres luz, querida poeta 💫